El árbol frutal: Me permitiste sentir
Ella me llama con su cadera para contarme las veces que estábamos tumbados en el sofá viendo el episodio de aquella serie especulativa con el hombre del bigote fino mientras yo lloraba cuando el hijo del futuro veía a su padre una vez muerto. Me viste. Me permitiste sentir. Para sentir tus caderas. Para sentir tu flanco. Para escuchar tus señales.
A medida que pasa el tiempo, como las estaciones en St. Louis, donde viven todos los extremos, yo note que tu lenguaje cambia. Y yo pude entenderte. Cuando tu desapareciste, desaparecias detrás de una pared o te esperabas en otra habitación hablando idiomas de canciones antiguas, yo podía entenderlo y responderte en el mismo idioma.
Yo pensé que estos idiomas que hablamos surgían de nuestras almas, que crecían con el tiempo como un manzano o que brotaban de nuestras almas como un guiso. Pero creo que nosotros plantamos un árbol frutal y lo regamos con tus lágrimas después de que regresaste, después de que te fuiste a trabajar a tu trabajo solo sin ayuda mientras todos miraban sus telefonos y te enteraste de que tu madre tenía cáncer, luego yo compre tu comida favorita, Meskerem.
Comer con las manos. Las manos con las que me sostuviste cuando te dije que mi madre estaba muerta. Nosotros regamos el arbol con lagrimas mientras nos abrazabamos cunado aceptamos que fue un aborto espontaneo.
Creo que esta sofa tiene recuerdos. El sofá está marcado con muchos signos. Las señales son impresiones de nuestro cuerpo. Señales son huellas de nuestros cuerpos, olores, ruidos, arrugas, cabellos. Todo es alimento para nuestro árbol.
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