La Maldición de los Inocentes
En un día sombrío y gris, un ex recluso, liberado de prisión, estaba limpiando su casa ruinosa, podrida, destartalada y en putrefacción. Había estado encarcelado, sufriendo en una prisión de la mente, entre los barrotes de carne de una celda, durante veinte años. Cuando salió, fue a la casa de su madre. Ella murió hace un año. El video del funeral de su madre no fue suficiente. Había esperado tanto tiempo, tanto tiempo, años para volver a verla. El toro a través de las paredes, como el que desgarra las paredes sucias, podría resucitar su mente, devolverle la claridad y salvarla, del demonio de dimensia que había robado los recuerdos de ella.
Flotante en las aguas del subsuelo brumoso, el sótano nebuloso, el vio una imagen, un icono. El índice natural del icono evoca un recuerdo de él en una tienda con su madre. Él quería tomarse una foto con su madre porque él había traído un traje nuevo que su madre había comprado. El encontró más que una foto, él encontró un momento de claridad, una imagen clara de su madre.
Él regresó al trabajo. Él destruyó las paredes sucias. Él tiró las piezas lejos. Él recoge los pedazos y los tira al gran cubo de basura. El gran bote de basura permaneció en el patio, viendo pasar los años. El gran basurero vio pasar muchas generaciones, observaba, ojeaba, mirando las generaciones pasan en un momento. Luego devoró los desechos de las familias.
Luego el día cambió, el día se oscureció, solo quedaba una habitación, un dormitorio, para limpiar. El ático! La corona negra de la casa. El guardián de los recuerdos más antiguos. Subió la escalera, luego las escaleras. Entonces él encontró una puerta donde no había visto nada. No vio nada. La puerta estaba venerada con símbolos entrelazados, intercadenas. El reconoció las palabras.
"Padre mío, si es posible, pase de mí este vaso; empero no como yo quiero, sino como tú."
No había manija en la puerta y la puerta no se abría. Luego él patea la puerta y sus ojos quedan atrapados en un icono. El índice natural del icono evoca, alcanza, el recuerdo de la camisa del hombre que portaba el falso testimonio que lo encarceló, encarcelado. No era más que una sonrisa; llovía, todos los años, por culpa de ese cuerpo. La Maldición de los Inocentes.
Vio un cuerpo marchito, seco, y envuelto en harapos, señal, indica, de un paso peligroso, traicionero. Se sintió como Racine al ver el cuerpo seco y agrietado del amigo de Hecateo con un armario en color verde chartreuse. Fue arrojado, sumergido, a un río embravecido. Estaba sumergido en la rabia, una enfermedad mortal. Él estaba sumido en la tristeza y el arrepentimiento por el tiempo perdido. Él veía, vio un mundo misterioso y un futuro oscuro.
Vio la mancha oscura que rodeaba la tela, señal de que el cuerpo, hecho de carne, llevaba allí más de cien años. Años después, al día siguiente de ese olor, de ese olor a podrido, en esa fría sala del tribunal, justicia, donde ese hombre hombre pronunció esas palabras, esa declaración, el proposicion "Lo vi allí!" El hombre no vio nada, porque él no estaba en la ciudad.
Se estaba ahogando en el impetuoso y furioso río de la rabia y el tiempo perdido. Preguntas como "Por que me sacrificaron?", "Cuál era el propósito? ""Que...?" Luego fue arrojado al húmedo suelo del ático, empapado con confusión mientras veía nuevos continentes nuevos surgir, emerger, de la mancha oscura. El hombre encontró tranquilidad en la creación. Todos emergen de los agujeros y todos son consumidos por los agujeros. El hombre salió de la habitación lúgubre, tenebroso, con la comprensión, el entendimiento, que una maldición pesa sobre los inocentes. Y todos tenemos la paz de la incertidumbre.
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